Era pequeña, era
tan pequeña que
sus pensamientos morían
en un instante desfallecían
en el hambre de su
pequeña boca
sucia, tan
sucia
de arrastrar la lengua
por el barro del mundo.
Contenía en su corazón
las ganas de abrazar el mundo
tan fuerte
contra sus costillas
débiles
hasta sacarle
el jugo.
Ella quería
lamer el sudor de la tierra,
hundir las manos en los lodos tibios,
endurecer sus pies en los intrincados caminos.
Y nunca
supo como
evitar
ese abismo, esa
espiral
con la que bailaban sus dedos,
esas
pequeñas
palabras que
a veces
sonaban a piedra y a veces
a disparo
(metálico).
Era como
una cruz de madera cargando
sobre un hombro
ajeno
y cartilaginoso.
Sentía que el mundo cargaba con ella,
que no era capaz de andar sus
caminos.
Quería ir tan lejos.
Y sabía que solo podía arrastrarse.
Mutilar
el uso de sus extremidades
era su única salvación
Ser serpiente
constreñir el mundo para
embeberse de
su sangre
mezclar sus poros con
las extrañas tierras
hacer brotar un huerto de
condenas en
el vientre, viñas que
prolonguen sus ramas de
infesto jugo
de baco hasta
las rodillas
pequeñas mariposas que
mueran
aplastadas
por la fricción de
sus caderas
Era pura ficción
un sueño desprovisto
de orinismo, tan falaz como
sus ganas de volar:
ella quería quedarse
quieta
envolverse sobre sí misma con
instinto felino
y dejar que
el calor de sus brazos envolviese sus muslos
ella quería ser
un pedazo más
del fruto a exprimir, no tenía sed, solo quería poder
apoyar la cabeza sobre
un retazo de realidad
y que
creciesen sus cabellos
dentro del ataúd
de la estabilidad
y la calma.