Cada pequeña gota muere en el vértice de los cristales llenos de vaho. Tú y yo éramos la niebla, bocanada profunda de humedad; nos calábamos hasta los huesos y fingíamos que no dolía.
A veces tuve que perder porque nunca supe cómo ser parte de la vie en rose. Me quedé entre una postal de París en blanco y negro y una máscara veneciana.
La niebla se esfuma con el suspiro de un niño y los huesos se calientan aunque esté lejos de casa. Nadie va a robarme la lluvia ni el dolor; no pueden llevarse los ojos hinchados ni la piel quebrada. Que me embarguen la niebla y la velocidad, yo me quedo con un compás de tres pulsos, con mis metáforas que no tienen sentido y mis perros de tres cabezas.
Todo fluye con la lluvia y su baile procaz me deja inerme en el sumidero; no puedo avanzar porque no soy tan pequeña. Yo antes era un pez muy grande y podía recorrer todo el río hasta el océano. Yo antes iba a ser todo lo que quisiese. Porque antes, nadie se atrevería a preguntar si yo cabía por el sumidero, que no es más que una red cuajada de peces sombríos. Como la noche. Como las gotas que mueren suicidas en los vértices. Como la humedad en los huesos. Como que el atardecer, cuando todo termina, sea rosa.
"Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres."
jueves, 25 de septiembre de 2014
lunes, 22 de abril de 2013
Sie.
Era pequeña, era
tan pequeña que
sus pensamientos morían
en un instante desfallecían
en el hambre de su
pequeña boca
sucia, tan
sucia
de arrastrar la lengua
por el barro del mundo.
Contenía en su corazón
las ganas de abrazar el mundo
tan fuerte
contra sus costillas
débiles
hasta sacarle
el jugo.
Ella quería
lamer el sudor de la tierra,
hundir las manos en los lodos tibios,
endurecer sus pies en los intrincados caminos.
Y nunca
supo como
evitar
ese abismo, esa
espiral
con la que bailaban sus dedos,
esas
pequeñas
palabras que
a veces
sonaban a piedra y a veces
a disparo
(metálico).
Era como
una cruz de madera cargando
sobre un hombro
ajeno
y cartilaginoso.
Sentía que el mundo cargaba con ella,
que no era capaz de andar sus
caminos.
Quería ir tan lejos.
Y sabía que solo podía arrastrarse.
Mutilar
el uso de sus extremidades
era su única salvación
Ser serpiente
constreñir el mundo para
embeberse de
su sangre
mezclar sus poros con
las extrañas tierras
hacer brotar un huerto de
condenas en
el vientre, viñas que
prolonguen sus ramas de
infesto jugo
de baco hasta
las rodillas
pequeñas mariposas que
mueran
aplastadas
por la fricción de
sus caderas
Era pura ficción
un sueño desprovisto
de orinismo, tan falaz como
sus ganas de volar:
ella quería quedarse
quieta
envolverse sobre sí misma con
instinto felino
y dejar que
el calor de sus brazos envolviese sus muslos
ella quería ser
un pedazo más
del fruto a exprimir, no tenía sed, solo quería poder
apoyar la cabeza sobre
un retazo de realidad
y que
creciesen sus cabellos
dentro del ataúd
de la estabilidad
y la calma.
viernes, 22 de marzo de 2013
domingo, 17 de marzo de 2013
Non hai orquestra.
Hai veces que eu calo.
Calo e sinto que
caio
abafo nun abismo sen escuridade
sen tebras que me reconforten os ollos
roxos
non sei chorar sen encher esta coraza
de bágoas
maldito caparazón que me mantén
inerme uróboro
que me devora para poder medrar
escapar desta escuridade cegadora
desta luz tan opaca
que me resquebraxa as meniñas
nun soliloquio baleiro
domingo, 17 de febrero de 2013
La isla era una sirena más.
Mi barco, atracado en el puerto, que sube y baja
con la luna pero sin contestarle a la marea.
Ya no puedo achicarte el agua, barco, ya no puedo arreglarte la pintura descascarillada ni clavarme tus astillas. No me mires con el cuerpo tan inerte. ¿Cómo evito la culpabilidad de haberte tirado el corazón con el plomo del ancla? Quien diría que has surcado el mar de fondo, barco, que las mareas casi te ahogan un día, que lloramos juntos porque cada atisbo de costa no era más que una isla desierta. Nuestros amaneceres a la deriva me causaron tanta sed que cada gota dulce era un tesoro. Y ahora la banalidad inunda mis labios. ¿Dónde están mi sal y mis heridas? Que falso fue el horizonte que nos vendió la finitud. Y cuanto odio ahora al marinero que me vendió la brújula y envidio a las sirenas que un día me encharcaron los pulmones de mar. Esta Ítaca maldita es tan terrenal que no hay dioses que me miren y peleen por mi destino. He perdido hasta los soliloquios en los que me descubría. Pero el ancla cada día pesa más y la costa está tan llena de árboles frutales que me inundan las papilas. Este era mi Edén, yo lo pedí. He ganado. Y ahora, en la tranquila calma de tierra firme, imagino que el vaivén de las nubes me acuna, que dirige mi rumbo hacia monstruos terribles y puedo llorar y quejarme como si fuese una criaturilla débil que necesita un abrazo para curar sus heridas. Tengo tan pocas cicatrices y los pies aún tan blandos. Tengo un barco tan dispuesto a surcar los abismos de los mapas, a pasar las fronteras de este mediterráneo tan cálido. Pero, ¿quién levanta este ancla ahora? Yo no tengo tanta fuerza. Lo siento, barco, te he fallado. No puedo sufrir contigo ni disfrutar de la playa en la que me has dejado. Anhelo la corriente de brisa que creaba tu velocidad y me curtía las mejillas. Confieso que a veces busco la guerra en Ítaca para volver a sentir el temporal. He mirado atrás, no he podido evitarlo. Me da miedo este cielo tan limpio y esta tierra tan verde. Echo de menos el azul. Siento que aún no hemos recorrido lo suficiente como para dejar que se pudra tu madera. Barco, sé que podrías llevarme tan lejos, ver tantos amaneceres, llegar a tantas costas, sufrir tantas tormentas…
Ya no puedo achicarte el agua, barco, ya no puedo arreglarte la pintura descascarillada ni clavarme tus astillas. No me mires con el cuerpo tan inerte. ¿Cómo evito la culpabilidad de haberte tirado el corazón con el plomo del ancla? Quien diría que has surcado el mar de fondo, barco, que las mareas casi te ahogan un día, que lloramos juntos porque cada atisbo de costa no era más que una isla desierta. Nuestros amaneceres a la deriva me causaron tanta sed que cada gota dulce era un tesoro. Y ahora la banalidad inunda mis labios. ¿Dónde están mi sal y mis heridas? Que falso fue el horizonte que nos vendió la finitud. Y cuanto odio ahora al marinero que me vendió la brújula y envidio a las sirenas que un día me encharcaron los pulmones de mar. Esta Ítaca maldita es tan terrenal que no hay dioses que me miren y peleen por mi destino. He perdido hasta los soliloquios en los que me descubría. Pero el ancla cada día pesa más y la costa está tan llena de árboles frutales que me inundan las papilas. Este era mi Edén, yo lo pedí. He ganado. Y ahora, en la tranquila calma de tierra firme, imagino que el vaivén de las nubes me acuna, que dirige mi rumbo hacia monstruos terribles y puedo llorar y quejarme como si fuese una criaturilla débil que necesita un abrazo para curar sus heridas. Tengo tan pocas cicatrices y los pies aún tan blandos. Tengo un barco tan dispuesto a surcar los abismos de los mapas, a pasar las fronteras de este mediterráneo tan cálido. Pero, ¿quién levanta este ancla ahora? Yo no tengo tanta fuerza. Lo siento, barco, te he fallado. No puedo sufrir contigo ni disfrutar de la playa en la que me has dejado. Anhelo la corriente de brisa que creaba tu velocidad y me curtía las mejillas. Confieso que a veces busco la guerra en Ítaca para volver a sentir el temporal. He mirado atrás, no he podido evitarlo. Me da miedo este cielo tan limpio y esta tierra tan verde. Echo de menos el azul. Siento que aún no hemos recorrido lo suficiente como para dejar que se pudra tu madera. Barco, sé que podrías llevarme tan lejos, ver tantos amaneceres, llegar a tantas costas, sufrir tantas tormentas…
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